Salmos 119 (Tau: 169-176) Venga mi oración delante de ti.
169 Acérquese mi clamor delante de ti, oh Jehová: Dame entendimiento conforme á tu palabra.
170 Venga mi oración delante de ti: Líbrame conforme á tu dicho.
171 Mis labios rebosarán alabanza, Cuando me enseñares tus estatutos.
172 Hablará mi lengua tus dichos; Porque todos tus mandamientos son justicia.
173 Sea tu mano en mi socorro; Porque tus mandamientos he escogido.
174 Deseado he tu salud, oh Jehová; Y tu ley es mi delicia.
175 Viva mi alma y alábete; Y tus juicios me ayuden.
176 Yo anduve errante como oveja extraviada; busca á tu siervo; Porque no me he olvidado de tus mandamientos.
Reflexión por Noemi Dominguez:
La lectura del versículo 173 me hizo regresar en el tiempo a las épocas cuando mis hijitos estaban dando sus primeros pasos. Me ponía delante de ellos con los brazos extendidos para evitar sus caídas o para levantarlos si ya habían caído. Protección y socorro es lo que el salmista pide a Dios: “Esté tu mano pronta para socorrerme, Porque tus mandamientos he escogido.” [versículo 173, versión Reina Varela 1960]. Pero no solo los niños necesitan ser sostenidos. También “”La oración nos recuerda a Pedro caminando sobre el mar y comenzando a hundirse; él también gritó: ‘Señor, ayúdame’, y la mano de su Maestro fue extendida para su rescate”. [Spurgeon]. Cuando el ser humano se da cuenta que está al borde de un abismo o siente que ha caído en un pozo del cual no puede salir, sea un bunker en la guerra, una enfermedad humanamente incurable, o la pérdida o abandono del ser amado; en cualquiera de estas circunstancias estiramos nuestras manos y al hacerlo, nuestras manos tocan las manos de Jesús, que también se extienden hacia el caído. “Mi mano ten, Señor, y a mis oídos, Lleguen palabras de divino amor; Alienta así mi alma atribulada, Para seguirte con un nuevo ardor. Mi mano ten, el enemigo fuerte, No cesa cada paso en disputar; Mas nada puede si Tú estás conmigo, Porque en tu fuerza yo he de triunfar.” Extiende tu mano y encontrarás otras manos; las de Jesús. No solo te levantarán, no solo te sostendrán, ¡cariñosamente te abrazarán!
Psalms 119 (Tau 169-176): Let my supplication come before thee.
169 Let my cry come near before thee, O Lord: give me understanding according to thy word.
170 Let my supplication come before thee: deliver me according to thy word.
171 My lips shall utter praise, when thou hast taught me thy statutes.
172 My tongue shall speak of thy word: for all thy commandments are righteousness.
173 Let thine hand help me; for I have chosen thy precepts.
174 I have longed for thy salvation, O Lord; and thy law is my delight.
175 Let my soul live, and it shall praise thee; and let thy judgments help me.
176 I have gone astray like a lost sheep; seek thy servant; for I do not forget thy commandments.
Reflexion by Noemi Dominguez:
The reading of verse 173 took me back in time to the seasons in my life when my little children were taking their first steps. I stood in front of them with my arms outstretched to prevent their falls or to lift them up if they had already fallen. Protection and help are what the psalmist asks of God: “May your hand stand ready to assist me, for I have chosen your precepts” [verse 173, International Standard version]. But it’s not just children who need to be helped. Also “The prayer reminds us of Peter walking on the sea and beginning to sink; he also shouted, ‘Lord, help me,’ and his Master’s hand was extended for his rescue.” [Spurgeon]. When the human being realizes that he is on the edge of an abyss or feels that he has fallen into a pit from which he cannot get out, be it a bunker in war, a humanly incurable disease, or the loss or abandonment of the loved one; in any of these circumstances we stretch our hands and in doing so, our hands touch the hands of Jesus, which also He stretches out to the fallen. “Hold Thou my hand! so weak I am and helpless, I dare not take one step without Thy aid; Hold Thou my hand! for then, O loving Saviour, no dread of ill shall make my soul afraid. Hold Thou, my hand! and closer, closer draw me To Thy dear self–my hope, my joy, my all; Hold Thou my hand, lest haply I should wander; And, missing Thee, my trembling feet should fall” [Fanny Crosby]. Stretch out your hand and you will find other hands, the hands of Jesus. His hands will lift you up, and they won’t just hold you, they will affectionately hug you!
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