“Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8:12).
Hablando de sí mismo el Señor dice que es “la luz del mundo”. Para nosotros la luz y sus aplicaciones no tiene dificultades: reflejada nos permite ver una película, acelerada como láser puede cortar materiales duros y ser utilizada en cirugía, los lectores ópticos nos permiten oír música. Pero, no era así en tiempos de Jesús.
La afirmación del Señor es precisa: Él no es una luz, sino la única luz, porque sólo Dios es luz (1 Jn. 1:5). El Todopoderoso se manifestó muchas veces rodeado de luz: “Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y magnificencia. El que se cubre de luz como de vestidura” (Sal. 104:1-2). El Señor, como luz del mundo había sido prometido por los profetas: “Yo Jehová te he llamado en justicia… te di por luz a las naciones” (Is. 42:6). Jesús viendo al mundo para alumbrar a los hombres. El creyente tiene una bendición especial en relación con Cristo: “Yo la luz he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Jn. 12:46). Sin duda se refiere a la salvación del alma, pero, también a la vida que discurre en segura orientación, porque “el que me sigue no andará en tinieblas”. La tinieblas para el mundo son signo de desorientación que produce un ambiente de inquietud. El hombre como un ser en tinieblas, siente una tremenda incertidumbre, porque no sabe cual es el camino a seguir. Como un ciego tantea hasta encontrar una senda que le parece buena, pero su fin es siempre el fracaso (Pr. 14:12). Es un ser impotente, cayéndose y levantándose para volver a caer. Es temeroso, porque no siente el cuidado personal de Dios. Pero algo más, no solo caminan en tinieblas, sino que ellos son tinieblas (Ef. 5:8).
Eso desaparece para quien tiene en sí mismo al que es luz del mundo. Dios que hizo brillar la luz de la esperanza mediante la obra de la Cruz, llena de aliento nuestra vida porque está en nosotros, camina con nosotros y está por nosotros. Cuando pensamos en el camino que debemos recorrer, no sabemos, como hombres cual va a ser su curso, pero ¡que gloriosa bendición! Sólo debemos seguir a Jesús: “marcharéis en pos de el, a fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir” (Dt. 3:3-4). Tendremos que tomar decisiones tal vez difíciles, pero sabemos que “el nos lleva por sendas de justicia por amor de Su nombre” (Sal. 23:3). La enfermedad podrá ir afectando nuestras vidas y debilitando nuestro vigor, pero “los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Is. 40:31). El tentador vendrá a nuestra vida procurando derribarnos en la tentación, levantará pruebas y adversidades contra nosotros, pero Él “no nos dejará ser tentados más de lo que podamos resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podamos soportar” (1 Co. 10:13). Y sobre todas estas dificultades del camino, “damos gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Col. 1:12). Las lágrimas de la temporalidad serán enjugadas para siempre, las afrentas que hayamos sufrido serán quitadas, cuando quien es luz del mundo, elimine la muerte para siempre.
Si, Señor, tengo que decir lleno de seguridad y gratitud: Jehová es Dios justo; bienaventurados los que confían en Él.
Iglesia Evangelica de Vigo / unidavigo.es
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